Paul Pen es uno de esos escritores que, si no existiera, habría que inventar. Porque con su literatura ha logrado la cosa más sencilla y a la vez más complicada: devolver al lector el placer de la lectura.
La casa entre los cactus es su tercera novela y con ella confirma que la brillantez de sus dos anteriores trabajos, El aviso y El brillo de las luciérnagas, no fueron una mera casualidad. Paul, español, de padre holandés y madre mexicana, lleva la literatura en las venas y aunque la cuidada edición de sus obras deja traslucir horas de trabajo y sacrificio, lo que es innegable es que tiene un don. Un don para enganchar al lector desde la primera línea de la primera página, para sumergirnos en un claustrofóbico mundo a través de situaciones confusas, de mentiras tejidas a base de medias verdades, de mostrar la cara b de unos personajes amados y odiados a partes iguales, como si las palabras de los protagonistas susurrasen al oído del lector una advertencia: ojo a esto que te digo como de casualidad, que no te pase desapercibido. Y se enciende una pequeña bombilla de emoción al entender que nada es lo que parece, que los trampantojos están por todos lados, y que hay que continuar adelante con el relato por más que te esté moviendo las entrañas y, en ocasiones, necesites detenerte, tomar aire, y volver al desierto.
Porque con este toque de genialidad que la vida regala solo a unos pocos, Pen sitúa la acción en una casa ubicada en pleno desierto, rodeada de amplitud, de aire y, en teoría, libertad para salir de allí. Sin embargo pocas novelas resultan tan claustrofóbicas y pocas casas con puertas abiertas se asemejan tanto a una cárcel.
Elmer y Rose han creado la familia perfecta junto a sus cinco hijas, todas ellas con nombre de flor. El comienzo de la novela invita al lector a pasar las noches escuchando la música que suena en el salón de la casa, bailando con los protagonistas de la historia y sonriendo con sus palabras y su inocencia, unas escenas que recuerdan en algunos pasajes a la famosa obra de Alcott, Mujercitas. Hasta que un elemento ajeno a la familia entra en escena para cambiar por completo los cimientos de la convivencia entre padres e hijas, entre hermanas, dejando al descubierto el gran secreto que guardan esos padres obsesivos, capaces de hacer cualquier cosa para preservar la unidad familiar y el amor de sus hijas. Como en un suspiro, hemos dejado atrás el libro de Alcott para encontrarnos dentro de Misery, la novela de Stephen King, uno de los autores preferidos de Pen. El giro es magistral, hemos llegado allí sin saber cómo y solo deseamos seguir adelante para conocer el desenlace de la historia, cruzando los dedos para que el autor le haya dado un digno final. Y ahí aparece, ante nuestros ojos, sublime, perfecto, reparador. No es de extrañar que la novela haya sido traducida a varios idiomas y sea un auténtico éxito de ventas. Y cuando decimos un éxito de ventas nos referimos a que más de cien mil personas han comprado su libro solo entre Reino Unido y Estados Unidos. Lo merece.

Llegados a este punto podríamos pensar que el autor ha conseguido la excelencia en su tercera novela gracias a la experiencia y que sus dos anteriores trabajos le han servido para adquirir las tablas y la soltura necesarias para llegar hasta aquí. Error. Porque al leer su primera novela, El aviso, el lector queda atrapado por la inocencia de Leo, el niño que sin saberlo se encuentra en el centro de una cábala matemática que arrasará su vida como un huracán. Porque de eso van los libros de Pen, de la pérdida de la inocencia tras el angustioso derrumbe de una vida construida a base de mentiras.

Sin embargo, y a pesar de la excelencia de estos dos libros, El brillo de las luciérnagas es, a nuestro entender, su obra maestra. Un niño sin nombre vive junto a toda su familia en el sótano en el que nació diez años atrás y su corazón se guía gracias a la luz de las luciérnagas que le acompañan. Seis seres humanos conviviendo en la oscuridad, rostros deformados por el fuego, una máscara blanca ocultando secretos, un bebé que alguien ha puesto en el vientre de su hermana y, sobre todo, un amor infinito de unos padres a sus hijos, quizás mal entendido, pero amor al cabo, son los ingredientes que mantienen en vilo al lector. En una primera parte del libro –que no se puede dejar de leer- Pen nos introduce de lleno en el sótano y allí estamos, compartiendo sonidos, miradas, mesa, mantel y cama con este pequeño, invitándole de continuo a que se atreva a girar ese pomo de la puerta que abriría el camino a la libertad. Impagable este libro, más que recomendable, del que ya se está preparando su versión cinematográfica, así como la de El aviso, que se estrenará el próximo 23 de febrero. Habrá que ir al cine y conocer las versiones que de los libros se han hecho pero antes, lean, lean y lean a Paul Pen. En La Literata leemos y mucho. Y hacía mucho tiempo que nuestro corazón no latía de admiración como lo hace en estos momentos.
M. Monterreal.

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